«Todos, sin excepción, deben ser considerados como esquizoides.»
W. Ronald D. Fairbairn (1889-1964)
Ñoños no se puede decir, precisamente, que sean nuestros jóvenes hoy día. Más bien ocurre lo contrario, las múltiples oportunidades que gozan las nuevas generaciones desde su nacimiento hacen que estén más “espabilados” que en épocas anteriores. Pero ¡ay! ese aumento de estímulos no se traduce necesariamente en un aumento de su madurez, sino en una indigestión. Y es que la vida se ha alargado y la adolescencia —invento humano inexistente en otras especies animales como explica el psicólogo y antropólogo Ángel Aguirre Batzán— se prolonga ya hasta los treinta años. En tiempos más recios se era hombre con quince y anciano a los cuarenta. Alejandro Magno, cuya fama perdura a través de los siglos, fue rey de Macedonia antes de los veinte años. ¿Cómo se consigue asumir tal responsabilidad a esa edad?
Si es por madurez, ¿cómo se pierde o se alcanza ésta? A diferencia de las grandes corrientes de Psicoanálisis de su época (representadas por Melanie Klein en Berlín y Anna Freud en Viena, aunque ambas acabarían enfrentándose en Gran Bretaña) el médico y psicoanalista Ronald Fairbairn, aislado en su Escocia natal, difería de las ideas del creador del Psicoanálisis en cuanto a la meta buscada por el ser humano infantil y su posterior desarrollo psicogenético:
“La libido busca primariamente al objeto (en vez de placer, como postula la teoría clásica), y el origen de todas las condiciones psicopato-lógicas debe buscarse en las perturbaciones de las relaciones de objeto del yo en desarrollo.”
Traducido al lenguaje actual, lo que el niño desea y precisa no es el placer sin más, sino que éste sea la consecuencia de una relación sana con sus padres o figuras parentales. Y si en dicha relación hay acontecimientos adversos se pierde la unidad del Yo, deja de ser “uno”, y se separa en los “yoes subsidiarios” inconscientes. Por eso afirmaba que “todos somos esquizoides” en el sentido más literal de la palabra, queriendo significar que todos estamos divididos.
Si alguien no acaba de entenderlo basta que esta noche cuando esté soñando repare en que aparecerán distintos personajes, actuando cada uno independientemente de nuestra voluntad, y nos sorprenderán haciéndonos reír, llorar, enfadar… Para los amantes del cine les recomendamos la original película del director Alejandro Amenábar “Abre los ojos” −evitaremos aquí destripársela− en los que esta situación queda claramente representada. Cuando los problemas superan al individuo se rompe la coherencia personal y aparece la patología. En la esquizofrenia, por ejemplo, son comunes las pseudoalucinaciones auditivas que vivimos como ajenas a nosotros, “oímos” voces internas comentadoras de nuestros actos o críticas con nuestra persona.
Resulta curioso releer, desde otra perspectiva, el capítulo 5 del evangelio según san Marcos, donde se repite esta pérdida de la unidad y el sufrimiento derivado. Es el episodio del geraseno endemoniado y su encuentro con Jesús:
“Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo […] dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con gran voz: ‘¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes’. Es que Él le había dicho: ‘Espíritu inmundo, sal de este hombre’. Y le preguntó: ‘¿Cuál es tu nombre?’ Le contesta: ‘Mi nombre es Legión, porque somos muchos.’…”
Y es que este sufrimiento, con o sin posesión demoníaca directa, sigue existiendo en la actualidad. Cuando una persona soporta un gran trauma o repetidas situaciones vitales microtraumáticas se defiende dividiéndose. Es como cuando el cirujano ante una gangrena debe decidir entre la amputación o la septicemia. Eligiendo el mal menor sacrificamos nuestra integridad inicial y triunfa en nuestro interior la ley del “sálvese el que pueda”. Cada “parte” actúa de forma independiente y, a veces, contrapuesta, perdemos la coherencia. ¿Cómo es eso de apuntarse a un gimnasio y luego no ir, dejar de fumar mientras compramos tabaco o poner el despertador y apagarlo para seguir durmiendo? La patología es consecuencia de la pérdida de la unidad inicial, pero ya antes, nuestra conducta incoherente con los objetivos es ya un aviso de que algo no va bien. Lo triste es que esto ocurre no sólo a nivel individual, hoy en día nuestra sociedad practica este tipo de comportamiento esquizofrenógeno: Legalizamos la eutanasia “para evitar el sufrimiento” y nos escandalizamos porque en nuestro país el suicidio sea la primera causa de muerte entre los jóvenes que quieren huir del mismo.
Y para acabar, ¿seremos mañana una unidad coherente cuando nos suene el despertador? Es que antes de que sea tarde por algún sitio debemos empezar.
Dr. Manuel Álvarez Romero, Médico Internista
Dr. José Ignacio del Pino Montesinos, Médico Psiquiatra
Salud Mental y Humanismo Médico